El vigente campeón jugará la final contra Olaizola II tras remontar un 15-20 e imponerse por la mínima a Ruiz
J. HERNÁNDEZ / L. GUINEA / Diario de Navarra
Ganó Martínez de Irujo 22-21 a Patxi Ruiz y nadie quería que se acabara la historia. La gente vibraba, se desgañitaba en el Atano III. El botillero del triunfador, se metió al vestuario con taquicardia. Ruiz, el derrotado, se retiraba exhausto sin entender el desenlace. La madre de Irujo vivió el último tanto de espaldas al palco, rezando a San Miguel, patrón de Ibero . Todo el mundo estaba con la piel de gallina en el 21-21 menos Irujo. El de Ibero rubricó una reacción increíble (perdía 15-20) entrando al último saque de sotamano, con una decisión exclusiva de un campeonísimo. Ganó el tanto y el partido. Y acabó desarbolando a un Ruiz que mereció mejor suerte.
Pero en el deporte acaban decidiendo los detalles y la convicción. Irujo creyó en sí mismo. Y emergió de entre los problemas con rabia y desenfado. Fue, en definitiva, una hermosa semifinal que transmitió, emocionó y amontonó todos los ingredientes que se le suponen a un espectáculo total. En lo técnico existieron algunos claroscuros. No faltaron los errores. Pero resultó tan grande la intensidad que la entrada (90 euros) resultó barata.
Demasiada ansiedad
Irujo comenzó ansioso. Ese será siempre el peligro del delantero de Ibero. No conseguía gozar con la derecha. Y su cabeza también estaba enredada por su meñique. Ruiz llevó la iniciativa con más seriedad y empaque. Su golpe fue siempre claro, limpio y poderoso. Buscó la pared, se defendió de sotamano con eficacia y acabó comiéndole terreno al rival. Esa jerarquía no se acabó trasluciendo más en el marcador por algunos errores propios y porque Irujo, aun sometido, se defendió heroicamente de aire. Se agarró a la cancha, se plantó entre el cinco y el seis y llevó de zurda a buena una y mil veces.
El de Ibero no está acostumbrado a ser cola de león y buscó soluciones con celeridad y desorden. Estuvo siempre en el filo del riesgo. A la altura del 6-8 protestó airadamente al juez por atxiki de Ruiz. Ese detalle no le ayudó. Ruiz siguió a su ritmo, con más temple y con más eficacia. Se hilvanaron cinco empates a 8, 9, 10, 11 y 12 y el encuentro pareció deshilvanarse a favor de un Ruiz mucho más serio y constante que abrió hasta el 12-16.
Pero el carácter de Irujo es especial. Tras el 15-20. Gastó su tercer descanso con la toalla por encima de la cabeza. Volvió a la cancha descargando adrenalina, se aprovechó de un fallo de Ruiz y se dispuso a morir en el intento. Fue una reacción descarnada. Se aprovechó de un error del estellés (16-20), dibujó un gancho limpísimo (17-20) y consiguió el 18-20 en un tanto controvertido. Hizo Irujo una dejada al rincón de zurda y entorpeció a Ruiz que se tiró al resto viniendo desde atrás. Que llegara o no a la pelota puede resultar discutible. Pero, en cualquier caso, la estorbada existió. Y no favoreció la situación a un Ruiz arrugado y que vio como llegaba un 20-20 insólito.
Irujo, además, hizo el 21-20 entre el vocerío general, tras dominar con un golpe de derecha.
El partido no quería acabar porque después se hiló un tanto agónico de pelotazos que resolvió Ruiz abriendo al ancho. Y con el 21-21 se entró en el último capítulo. Sacó Ruiz e Irujo se movió con un resorte al resto de aire. Eso terminó por descomponer los esquemas de Patxi Ruiz que no conseguiría levantar la última pelota en el ancho.
El partido fue de sublime intensidad, de los que marcan un manomanista y acaso muchos manomanistas. Tuvo emoción, carácter, idas y venidas y contó con un Irujo desconcertante.