JULIÁN RETEGUI/ El Correo
La verdad sólo tiene un camino, aunque muchas veces no guste a ciertas personas. Aimar Olaizola se ha convertido en el número uno de la pelota a mano profesional. Es muy pronto para decir que puede ser mi sucesor, pero tiene esas señas de identidad que dicen que estamos ante un pelotari fuera de lo normal.
Si se hace un análisis técnico sobre su figura, se llega a una conclusión: todo lo hace bien y tiene una gran variedad de virtudes. Una de las principales es que su tejado no tiene gotera alguna. Su cabeza le funciona a las mil maravillas. Y en la cancha, además de no dar un paso en falso, saca a relucir un juego difícil de igualar.
Hay mucha gente que se pregunta si su zurda es mejor que su derecha. Es ambidiestro. Y con la derecha, tan cuestionada desde que tuvo su lesión en el dorsal ancho de la espalda, le mete a la pelota mucha carga. El pelotazo con esta mano siempre va bien dirigido y con una intencionalidad asesina. Sus rivales pueden dar fe de ello.
Personalmente, lo que más me gusta de Aimar es la forma que empala la pelota. En casi todos sus golpes goza y en raras ocasiones la pelota le sale de sus manos de escapada. Es un gran restador de saques y un competidor nato. Para ganarle hay que dar un montón de pelotazos ¿Carencias? Me atrevería a decir que muy pocas.