Artículo escrito en 2001
El verano para la pelota representa la asunción de la parte deportiva con la folklórica. Son incontables los pueblos de la geografía pelotazale que presupuestan dentro de sus fiesta patronales el partido de pelota y que forma parte del programa festivo tanto como la misa, la procesión o los bailables en la plaza.
Esta época es propicia para que los pelotaris se harten de jugar de feria en feria, pero no sólo estamos hablando de prestigiosas canchas sino que la tiza y el esparadrapo se desplazan por pueblos como Talayuela en Cuenca o Fuentetoba en Soria, incluso se han jugado partidos en la raya de Portugal.
El estío sin pelota es incocebible en muchos lugares y por eso representa la mejor manera de seguir manteniendo una afición que aparece puntualmente con el calor. Lástima que el resto del año no vean dejadas ni ganchos de izquierda ni siquiera por televisón, a no ser que algún aficionado este conectado a las cadenas por satélite y ve a algún partido por "la vasca".
Las entrañables fiestas de los pueblos mesetarios acuden fielmente a su cita con la pelota, fiestas donde la música del tiovivo se calla al paso de la procesión mientras los campaneros le dan al badajo con todas sus ganas y los resacosos les maldicen desde un profundo dolor de cabeza. Son esos partidos bajo un calor agosteño que ni el vespertino cierzo logra disipar y donde los chiquillos se agolpan ante los pelotaris con la mancha de un ³camydedo² en la estrenada camisa.
Sus padres toman asiento en las gradas del frontón municipal esperando que el partido salga garreao mientras apuran el farias y comentan su eliminatoria del torneo local de mus. Para entonces los modestos pelotaris rezan para que pronto dé la sombra y puedan ofrecer el espectáculo que de ellos se espera.
En la contracancha pelotean el material y esperan a que un par de muchachos de la comisión de fiestas barran el suelo del frontón, donde se acumulan las cáscaras de las facundo y la arenilla proveniente de los remolinos de aire.