Javier Hernández / Diario de Navarra
LA Liga de Empresas está a punto de cerrar su círculo privado de funcionamiento y actuación. Se trata de una actividad deportiva profesional en donde están predeterminados todos sus componentes. Los pelotaris, las competiciones, la jurisdicción de las mismas, la televisión, el control antidopaje, el material. Y, ahora mismo, los jueces. Nada escapa al control. Si acaso, el inmovilizado de los frontones. Pero sobre ello también se ejerce dominio.Las empresas encargadas de la mano profesional no contemplan, en sus presupuestos algo tan fundamental como la formación de sus artistas a los que, como próximamente a los jueces, los contratan enseñados y granados. Se trata de un profesionalismo con objetivos absolutos de espectáculo mercantil al que sirve el interés del aficionado y el del propio pelotari que ambiciona prestigio y nómina.