Dos años llenos de azares

Barriola y Olaizola II jugaron la final del cuatro y medio de 2002

Desde entonces, ambos han tenido que superar problemas físicos que les impidieron rendir al máximo
Juan Ángel Monreal / Diario de Noticias

Había que ver la cara de Barriola el día de la elección de material. Mantenía la compostura y se aguantaba las ganas de montar un escándalo, pero tampoco engañaba a nadie. Su rostro habitualmente afable permanecía adusto. Estrechó la mano de su rival, del seleccionador y se marchó a los vestuarios habiendo confirmado que la encerrona que se temía lo había dejado sin material en el cestaño. Lección aprendida. Cuando uno no renueva con su empresa, cuando se resiste a firmar un contrato mejorable, que no espere ningún favor. Así es el mercado.

Aquel mediodía de diciembre de 2002, Aimar Olaizola tenía mucha mejor cara. Había encadenado ocho victorias en el Cuatro y Medio y marchaba lanzado hacia la victoria y hacia el número uno del estamento manista. Junto a su rival, había protagonizado los momentos estelares del campeonato y la vida le sonreía. La desgracia es forma de lesión le esperaba sólo unos meses más tarde.

Para Barriola, la derrota que recibió hace dos años en la final del Cuatro y Medio frente a Aimar Olaizola fue el inicio de una depresión en su juego que, con algunos repuntes, ha durado casi dos años. «2002-2003 fue una buena temporada, llegué a una final y a dos semifinales. Quizá no estuve súper, pero tampoco mal. La temporada pasada sí fue mala, eso lo reconozco». El leitzarra no ofrece una explicación clara de lo que le sucedió, pero el caso es que se le marchó la fuerza. Las manos no le acompañaron y no pudo responder como le hubiera gustado a la confianza que Aspe depositó en él. Fueron meses de comentarios afilados, malintencionados, que terminaron por llegar a sus oídos. Hasta que un día decidió marcharse de vacaciones y a su regreso, 20 días después, todo había cambiado.

Mientras Barriola pasaba un bache que no terminaba de remontar, Aimar Olaizola veía cómo sus sueños se hacían añicos junto a su brazo derecho. La historia del mano a mano está repleta de gestas que comienzan a finales de marzo y se rematan casi en junio. Pelotaris que ganan cuatro o cinco partidos y se calan una txapela tras demostrar que ya son los mejores. El goizuetarra llevaba camino de ello en la primavera de 2003. Tocó el cielo en el Atano, con un 22-2 a Barriola que asombró a los 2.000 espectadores que llenaban el recinto y a los miles de aficionados que seguían el encuentro por televisión. Dos semanas después se rompió el biceps. 21 días más tarde su brazo volvió a quebrarse en el Ogueta. Y mes y medio después el triste espectáculo se repitió en Anoeta.

Regreso Olaizola pasó entonces los meses más complicados de su carrera profesional. Vencido por el infortunio, atrapado en el fuego cruzado de los intereses empresariales, tomó una decisión equivocada y lo pagó. Y para superarlo, optó por borrarse. Se refugió en Goizueta, en su casa, y comenzó una rehabilitación que exigió primero descanso y después trabajo. Viajes a Vitoria y a San Sebastián y mucha tranquilidad. El hombre tropieza dos veces en la misma piedra, pero lo habitual es que después aprenda. Él ya lo había hecho.

Cuando regresó a las canchas, Olaizola II mantenía intacto su prestigio. La afición había tomado una decisión acertada: él no era el culpable de la inmensa estafa que supuso aquel mano a mano. Otros salieron peor parados. Aimar, con su sonrisa pícara y su aspecto de niño grande y ensimismado, no volvió al 100%, no era el de antes, pero todo era cuestión de tiempo. Barriola y él, dos luminarias crecidas casi a la vez, a 20 kilómetros, se encuentran de nuevo en la cima.

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