La verdad es que el viaje anual a Donosti a presenciar la final manomanista lleva el aroma de esa mezcla de evento deportivo con acontecimiento social. Puede ser comparable al Grand National, Derby de Epsom o de Kentucky, Oxford-Cambridge, Descenso del Sella, finales de Roland Garros y Wimblendon, etc. Ayer la gente fue al Atano III bajo el influjo mágico de un chaval de Ibero (Navarra) que lleva la competición deportiva en las venas; esa pasión por vencer y entregarse a los suyos le hace ser un pelotari ya histórico.
Desde por la mañana pudimos ver por los bares aledaños al recinto de Anoeta gran ambiente de final pelotazale. Entre txakoli y txakoli saludamos a jóvenes aficionados seguidores de Irujo y de Aimar que con sus camisteas de pelotari (todos de colorado) se iban entonanado a medida que llegaba la hora de comer.
Unos crepes de marisco con hongos y un bacalao encebollado hicieron que fueramos al frontón con un buen regusto marinero. Ya en el interior del recinto del Atano III pudimos observar más seguridad que otras veces (de paisano, pero como hemos leído muchas novelas policiacas los detectamos enseguida). Me imagino que la Ertzaintza estaría al loro de temas como apuestas, aforo, contravigilancia a personalidades políticas, etc.
El bar era un hervidero de aficionados que trasegaban sen cesar tragos largos y que se saludaban efusivamente unos a otros, algunos se ven de final en final.
En las gradas del frontón pudimos distinguir a Xabi Alonso (que esa mañana había entrenado en Elche con la Selección) con su hermano Mikel y otros personajes de la vida social, política, gastronómica, mediática, etc.
Para entonces los jóvenes hinchas de los dos pelotaris habían tomado los tendidos de arriba y sus canticos se mezclaban con los de los corredores que se empeñaban en lanzar el doble a sencillo por Juan Martínez de Irujo.
El primer tercio del partido fue muy igualado, hubo cinco empates. Todo hacía presagiar que la final sería dura. Así fue. Desde el cuadro uno vimos tremendos pelotazos de Irujo y también contemplamos a escasos centímetros el fallo de sotamano de Aimar Olaizola que pudo ser el 18-19 pero que se quedó en el 17-20. Tanto clave. Después el Killer de Ibero no hizo más concesiones y alcanzó la gloria. En ese momento saltó el primer espontáneo con pinta de que Juan le había hecho ganar mucho dinero. Seguido le abordaron sus amigos, le pusieron un pañuelo rojo festivo y se dedicó a atender a las radios más avispadas.
En el podium Irujo posaba más para su novia que para los fotógrafos oficiales. Estaba exultante, feliz, pletórico. Daba gusto ver a un campeón al que le hiciera tanta ilusión ganar. En la entrega de trofeos y txapelas llegaron los consabidos pitos a las autoridades. González de Txabarri (Diputado General de Gipuzkoa y Odón Elorza (alcalde donostiarra) miraron desafiante a las gradas altas que es de donde vinieron los silbidos (curiosamente de mayoría navarra y que no votan ni en San Sebastián ni en Gipuzkoa).
Juan descendió del podium, le dio un contundente beso a su novia y se sacó una foto con una cría que hoy alguien ha confundido hoy con su hija (Irujo no es Alberto de Mónaco).
Poco a poco los aficionados desalojaron las gradas y se lanzaron de cabeza al bar. Los medios acudían a la rueda de prensa y los corredores se dedicaban a cobrar y pagar las apuestas. ¡Madre, las enormes cantidades de dinero que se jugaron ayer! Se ganó y se perdió mucha tela.
Por fín, tras la tensión deportivo narrativa salimos del frontón, presentamos nuestros respetos al busto de Atano III y la agradable brisa donostiarra nos devolvió al sosiego. ¡Qué bien lo pasamos!