Diario de Noticias
Hace mucho tiempo que la mano profesional dejó de ser un deporte. Desde el momento en que las empresas rompieron amarras con las federaciones, cerraron la puerta a otras promotoras y recibieron la bendición de casi todos. «Así se dará seriedad a este deporte», se dijo desde la Liga de Empresas. No parece claro que esto sea así.
Seriedad, según las empresas, es no respetar los méritos deportivos de los pelotaris cuando no conviene. Seriedad, según las empresas, es que llegue una final y sólo haya pelotas para uno. Seriedad, según las empresas, es despreciar a un pelotari porque no gusta, porque no es bonito o porque no hace los tantos de aire. Y ponerle a jugar con terceras, da igual que sea bueno o sea malo. Seriedad es inventarse un sistema de controles antidopaje sin la tutela del Consejo Superior de Deportes. Es decir, yo los hago, los firmo y, si llega el caso, yo los publico. Seriedad es saltarse el reglamento y aplazar la final una y cien veces. Seriedad es pagar más a un zaguero de Segunda que a uno de Primera. Seriedad, en fin, debe de ser mantener el tufo rancio de toda la vida, no presentar las cuentas anuales en los registros mercantiles y chupar del bote de las arcas públicas como hacen los demás.
Se actúa, por tanto, con toda la arbitrariedad de un negocio privado. Pero cuidándose de vestirlo como un deporte más, cuando no lo es. En fútbol, si uno gana la Liga, al año siguiente juega la Liga de Campeones. Aquí, no, aquí hay injusticias, y con Nagore se ha cometido una muy gorda. Quizá no sea el pelotari más vistoso en el juego por parejas, pero posee títulos oficiales, de esos que se ganan cuando todos van a por ellos.
Nagore ha sido honrado. Se ha preparado a conciencia, ha ofrecido casi siempre lo mejor de sí, algo que no pueden decir todos sus comapañeros. Y muchas veces ha ganado, sobre todo en el Cuatro y Medio, donde es un pelotari espectacular. Sin embargo, tenía puesta una cruz encima. Primero se la colocó Asegarce, que se negó a renovarle. Aspe le ofreció un salario bajo, que Nagore aceptó pensando que le llegarían oportunidades para crecer. No ha sido así.