Durante el siglo XIX era costumbre que muchos de los curas de las diferentes localidades fueran público obligado en los partidos que se disputaban en la plaza del pueblo. Hasta ahí, nada raro. Si ya le colocamos al cura correspondiente con sotana y sombrero de teja en medio del frontón soltando sotamanos; la cosa ya no es tan normal.
Pues bien, el contemplar un partido de pelota entre aldeanos y curas era de lo más normal hace un par de siglos. Y, es que, en toda la zona pelotazale los sacerdotes han sido sumamente aficionados a la pelota, tanto a verla como a jugarla. Teniendo en cuenta que en muchos casos se trataba de defender el orgullo del pueblo contra el vecino, y que en muchas ocasiones le tocaba al cura ejercer de juez, parece normal que la presencia obligada entre el público le acabara llevando a esta figura a pie de cancha.
Cuando se comenzó a hacer de la pelota algo profesional o, por decirlo de alguna forma, se comenzó a utilizar con fines lucrativos, los sacerdotes desaparecieron de escena y el cura pelotari pasó a formar parte de la historia de la pelota. Así, ellos oficiaban misa y confesaban en las iglesias de igual forma que sacaban y restaban en el frontón. Algunos, incluso fueron conocidos por la destreza que demostraban a la hora de desenvolverse con la pelota, tal fue el caso de el rector de Andoain y el cura de Legorreta, los dos guipuzcoanos y el primero conocido por ser un gran sacador. Otros curas que se hicieron famosos con su saque fueron D. Celedonio Larrache, de Lesaka, D. Juan Bautista Chopelena, de Yanci y D. Francisco Aspiroz, nacido en Yaben. Como restadores estupendos pasaron a la historia Joaquín Gamio, del Baztán, Iribarrenb, de Lesaka y D. Zenón Echaide de Aranaz, que llegó a ser nada más y nada menos que chantre de la Real Capilla en Madrid.
Ellos, y muchos otros compañeros de vocación se dedicaron a jugar a la pelota sin hacer mucho ruido, es decir, por afición y sin dar problemas a nadie, por lo que las autoridades eclesiásticas y los fieles no se quejaron nunca de la práctica de la pelota.
De entre todos hay uno que destaca tanto por su destreza como por la fama que alcanzó. El era el cura Laba de Marquina, un hombre de aspecto atlético y cuerpo ancho que se hizo especialmente conocido tras un partido que disputó contra Chiquito de Eibar en Bilbao, en agosto de 1876. Chiquito de Eibar contaba por entonces con 16 años y tenía un cuerpo ágil y ligero, aunque de aspecto un tanto frágil. Es decir, que al lado del sacerdote, el chaval parecía muy poca cosa. El caso es que el partido fue titánico, y David terminó venciendo a Goliat. Los tantos fueron muy peloteados y la entrega de los dos contendientes dejó sorprendido a más de uno. Laba tenía un juego tremendo, bolea y botibolea asombrosas, pegaba mucho y la fuerza era su defensa principal, pero tuvo que darse por vencido ante la habilidad maravillosa del chaval. Ahí comenzó la gloria de Chiquito de Eibar.
Otro de los curas más conocidos fue D.Fermín Etxeberria, un palista que ocupó su lugar en la historia de esta herramienta por méritos propios y que, además, llegó a ser canónico de la catedral de Madrid.