J.L./Diario Vasco
Quienes añoren el mano a mano clásico deberán esperar unos años. O quizá ya no lo vean nunca más al primerísimo nivel. La final confirmó que este Manomanista ha supuesto la ruptura absoluta de los moldes establecidos. Es posible que haya un antes y un después.
Ya no basta con dominar el peloteo y saber culminar con una dejada. Hacen falta otros dones. La pegada, aspecto en el que ha brillado Patxi Ruiz, sigue siendo indispensable, pero no suficiente. Hay que saber restar de aire cuando tienes dificultad para hacerlo atrás, hay que saber cruzar el saque cuando el contrario se adelanta para restar de volea o sotamano -algo que Patxi Ruiz, por ejemplo, no supo hacer-, hay que saber entrar de gancho para culminar los tantos -como hizo ayer Aimar-, hay que poseer variedad en el saque como demostraron Xala y Gonzalez en Zarautz, hay que tener volea y sotamano, hay que ser rapidísimo y resistente en la cancha… Hay que ser muy completo y poseer una gama amplia de recursos para solucionar variadas situaciones que pueden producirse a lo largo de un encuentro, con estos pelotaris.
Hasta los chavales han comenzado a imitarles. El viernes pasado, en Elgeta, el zurdo cadete Iturrioz recurrió al saque de la pared izquierda para intentar enderezar una eliminatoria que se le había puesto muy cuesta arriba.
Los mejores partidos de este Manomanista han tenido un poco de todo esto y quienes han llegado lejos en la competición poseen estas cualidades. El Irujo-Patxi Ruiz, sobre todo, y el Irujo-Olaizola II han sido grandes partidos y un espejo para las próximas generaciones.
La final de ayer se jugó con un material vivo. Lo era, sobre todo, la pelota de Irujo. Pero tampoco la de Aimar era una patata. Bajo este condicionante, estos pelotaris han cambiado el estilo de juego del mano a mano.