Una tila para el campeón

Martínez de Irujo redondea un año histórico con una txapela marcada por el nerviosismo y la precipitación
Javier Hernández y Luis Guinea / Diario de Navarra

Juan Martínez de Irujo cerró ayer un ciclo prodigioso. Calarse la txapela manomanista a los 372 días de su debut profesional es un reto estadístico que sólo está reservado a los que tienen por delante un futuro de especiales consecuencias. Que su padre, Juan Ángel, llorara tras el encuentro parece, pues, lógico. Que se acordara de su hermano Javier, que estará en butaca de palco del cielo, también es normal. Y que el propio pelotari se atara el pañuelo de San Fermín, saltara, lanzara besos a la grada de sus seguidores y buscara con la mirada a su gente más cercana en afectos, entra también dentro de la hermosa lógica de quien alcanza el galardón más definitivo de la mano.
Se ha cambiado de generación, momentáneamente al menos. Pero la txapela sigue estando en Navarra, un hábitat que, de tan incontestable, se ha convertido en natural. La historia, al menos en la contemporaneidad de estos últimos 23 años, sigue inalterable.

Un comienzo frenético

Y con todo, la final manomanista 2004 no fue buena. Estaba ya avisado lo que podía ocurrir. Llegaban al encuentro dos delanteros con tendencia a encimar los primeros cuadros. Ambos se encontraban con su primera final, que es una ocasión solemne y respetada. Y la afrontaron con prisas y aceleración, dos malos consejos para quien quiera interpretar el mano a mano.

El comienzo resultó frenético. Martínez de Irujo hizo el 1-0 con una dejada al ancho que olía a ansiedad. Luego propició el 1-1 tras un gancho a resto de saque en el que también existió demasiada electricidad. Sin darse una pausa el navarro acertó, también de gancho, enjaretó tres saques, una paradita y una dejada y se fue fulgurantemente hasta el 8-1.

En un santiamén Irujo había conseguido, aun con las prisas como invitadas, algo tan importante como encarrilar el dominio, abrir el camino y encarrilar el compromiso. Hubiera sido ese el momento para respirar un par de veces, tener tranquilidad, asentar la cabeza y dirigir la pelea. Pero el desasosiego de los protagonistas siguió pudiendo a la lógica. El mano a mano es una asignatura medida y calibrada para el temple y para medir los espacios. Hay que abrir el hueco con el pelotazo atrás que aleje al contrario para luego tomar las correspondientes soluciones atacantes.

Irujo no esperó a tanto. A partir del saque se movía como un resorte hacia adelante para buscar la postura de aire, la volea o el sotamano. Ello conlleva siempre el riesgo del fallo. Y los errores abundaron porque los dos pelotaris acortaron las distancias y acabaron moviéndose en una parcela limitada a los cinco primeros cuadros.

Oxígeno para Xala

Cuatro equivocaciones seguidas de Irujo dieron el oxígeno suficiente a Xala para que éste volviera a meterse en el encuentro. Llegó el francés a merodear el equilibrio con un 5-9. Se alivió el navarro con un zurdazo muy abierto, al ancho. Y luego se reencontró con el orden tras un tanto (11-5) que se lo labró a conciencia, con tres derechazos seguidos que provocaron la indefensión de Xala. El detalle no tuvo continuación, sin embargo y el delantero de Ibero se sumergió de nuevo en la impericia de las prisas.

Falló un derechazo a placer (6-12) y a partir del 7-14 volvió a meterse en complicaciones, erró un par de pelotas (dejada y sotamano) encajó un saque y Xala recreció hasta un 12-14 que fue el momento y la inflexión más peligroso para el navarro.

Pudo entonces haber ocurrido de todo. Martínez de Irujo aun rizó el rizo con una dos paredes a destiempo que cazó Xala para realizar una dejada al ancho. Llegó Irujo increíblemente al resto y pudo sobrepasar. Al navarro volvieron a meterle en el partido un saque y, posteriormente dos dejadas solemnes, desde el cuatro y medio y el cinco, repletas de temple que acabaron rompiendo la trama del partido. Sólo entonces, a partir de 19-12, pudo comenzar a respirar tranquilo el vencedor. Un pelotazo en semifallo, un saque restable y una dejada de zurda al rincón acabarían rubricando la historia de una final muy entreverada técnicamente.

Entre luces y sombras

La victoria es siempre la verdad absoluta en una competición deportiva, del tipo que sea. Y nadie se acuerda de estilos técnicos cuando se consigue el objetivo del éxito. Martínez de Irujo ganó con absoluto merecimiento y ello sobrepasa las posibles sombras que tuvo el partido. Es el Campeón Manomanista de 2004. Ha roto las estadísticas y su estilo ha encandilado de manera general. Es el último y casi imberbe bienvenido a la gloria.

A Martínez de Irujo se le recordará siempre por el éxito y nunca por el perfil del encuentro que realizó. Fue el mejor de una final demasiado conducida por los nervios. El encuentro tuvo excesivos resortes y ningún temple. Se jugó a tirones de la precipitación. Los dos protagonistas explicaron demasiado sus condiciones de delanteros.

El ya Campeón tiene las condiciones de toque y fuerza suficientes como para haber madurado más el tanto y para haber encadenado el pelotazo atrás con más insistencia y compostura. Pudo haber labrado el éxito antes y, posiblemente, mejor. Xala, preocupado por su tobillo y enredado por la velocidad y el ritmo que le puso Ibero al encuentro, tampoco estuvo fino de sentido y únicamente se metió en el contexto del partido gracias a las concesiones de su propio rival. Ni uno ni otro anduvieron en el tipo de lo que exige el Manomanista.

Pero una txapela tan grande no admite los reproches. Era una prueba para dos delanteros y ganó quien se lo mereció. Juan Martínez de Irujo entra en la gloria por derecho propio tras un torneo maratoniano Bienvenido sea al grupo de los escogidos.

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