Diario de Noticias
Quiero creer que aún tiene una oportunidad. Que no vive de espaldas a una realidad que amenaza con aplastarle, con pasarle la última factura después de muchos desafíos. Me gustaría pensar que hay todavía una opción para cambiar un destino que amenaza ruina. Pero no encuentro argumentos. Tal vez Asegarce acuda en su ayuda y él responda, y vuelva a vestirse de blanco y a jugar partidos. Quizá, pero cada vez lo veo más difícil.
Creo también que Mikel Goñi ha vivido engañado en los últimos tiempos. Se creía imprescindible cuando ya no lo era. Otros había ocupado su sitio en las carteleras, su hueco en las preferencias del aficionado. Tal vez pensaba que le iban a guardar el sitio. Que en cuanto se pusiera a ello podría recuperar su cetro.
Pero no. Los años dorados habían pasado. Fernando Vidarte, su empresario, encontró en él un filón. Era el reclamo perfecto en ferias, festivales y campeonatos. Su nombre llenaba frontones, disparaba audiencias y colmaba los bolsillos de su patrón mientras él cobraba lo suyo. Un duelo contra Titín era la locura. Un mano a mano contra Beloki, un acontecimiento irrepetible, una experiencia cargada de electricidad en pleno verano.
Todo se acaba, y la luz de Mikel Goñi se consumió por la falta de entrenamientos, por los escándalos y las decepciones, por un golpe con la derecha que perdió su encanto. Pronto se vio que no aguantaba el ritmo, que boqueaba frente a las figuras y que le sobraban demasiados kilos. Llegó Aimar Olaizola, silencioso y preciso. Apareció Xala, metódico y chispeante. E irrumpió Irujo, con casi todas las virtudes y muy pocos defectos. Enredado en sus adicciones, Mikel se convirtió en uno más. Eligió no ser pelotari, y tal vez sea tarde para rectificar. Ojalá me equivoque.