El goizuetarra desactiva por primera vez el juego de su adversario
Juan Ángel Monreal / Diario de Noticias
Ha vuelto la ciencia, el pelotazo justo en el lugar exacto. Ha regresado el pelotari que controla los tiempos del partido, que ofrece respuestas acertadas a preguntas ajenas al guión, que sabe pegar, templar, medir y terminar. Aimar Olaizola, 25 años y medio, logró ayer su primera txapela manomanista en un ejercicio de sabiduría y pulcritud sólo a su alcance. Hay otros que pegan más, que poseen más recursos. Pero ninguno disfruta de su capacidad para colocar la pelota allá donde desea. Eso sólo está a su alcance.
Aimar ganó cuando hizo lo que sabe, cuando se olvidó de que frente a él habitaba Juan Martínez de Irujo, campeón de 2004 y que, hasta ayer, recorría desatado campeonatos y frontones. Quizá por ello, el delantero de Goizueta afrontó el encuentro con ciertas dudas, más pendiente de lo que iba a plantear Irujo que de su propia estrategia. Cada vez que le tocaba sacar, miraba hacia atrás: una, dos, hasta tres veces. Y de tanto mirar no acertaba, e Irujo restaba con desenvoltura, atrasando la pelota y pasando a dominar con facilidad. Más tarde, cuando su aliento ya calentaba el cogote de Irujo, Aimar ya no miraba hacia atrás, sólo al frontis y a la pelota. Sacaba cruzado, sabiendo que le había comido el terreno, la ventaja y la moral a su adversario.
La final tuvo de todo, sobre todo emoción y alternativas, pero le faltó quizá la perfección del encuentro de semifinales de hace dos semanas. Hubo errores y un modo de jugar a pelota que Irujo impone con sus decisiones extravagantes y ayer desacertadas, que le hicieron desperdiciar una ventaja que suele resultar definitiva en las finales.
A ella, al 15-6 que parecía vaticinar un triunfo claro del campeón, se llegó con rapidez y desconcierto, sin apenas peloteo y en un calco de lo que el año pasado ofrecieron Irujo y Xala. El manista de Ibero, bien agarrado a su saque, clavó cuatro en los siete primeros tantos e impuso un juego embarullado, producto tanto de su propio estilo como de una cierta desconfianza en el peloteo. Por ello, ganó sus tantos de un modo poco ortodoxo, con una parada al rincón demasiado alta, con una apertura de zurda lanzada sin velocidad o con un pelotazo a medio frontis que resolvía el habitual enredo de los primeros números. No eran tantos bien dibujados, pero sumaban lo mismo que la más delicada y veloz de las dejadas.
Sin jugar bien, tenía el partido en la mano. Le bastaba con sacar, arrear tal vez un buen derechazo y forzar un remate o una carrera de Olaizola II, que llegó tarde y mal a varios regalos de su adversario.
cambio de rumbo Pero el encuentro cambió. Irujo buscó adornarse, y sacó al ancho. Fue sólo una vez, pero bastó para que Aimar metiera la derecha con convicción y empezara a gobernar los tantos con la autoridad de un almirante. Fue el inicio del cambio, el primer paso de una voltereta completa.
Aimar llevó el encuentro a su terreno y encontró en el saque su mejor arma. Logró cinco tantos, pero causó estragos en Irujo, que no sabía como colocarse. Disminuido por una rotura en el dedo meñique que no le deja restar como el año pasado, buscaba la volea o el sotamano para evitarse problemas. Pocas veces lo consiguió. Aimar cruzaba, impedía que su adversario se empleara de sotamano con la facilidad que enseñó ante Ruiz o Asier Olaizola. Obligado a restar de gancho o casi de bandeja en posturas forzadísimas, quedó en manos de un pelotari que sabe lo que se hace. Alternando dejadas, pelotazos y ganchos, comenzó a reducir distancias y a creer que, esta vez sí, podía ser él el campeón.
Los tantos más duros del encuentro cayeron, además, de su lado. El primero, que supuso el 15-10, fue un intercambio interesante de 29 pelotazos en el que jamás perdió la iniciativa. Le dio sin descanso, esperando a que, tarde o temprano, Irujo cediera. Y lo que no había sucedido en la semifinal ocurrió ayer. Olaizola II imprimió a la pelota menos velocidad que Ruiz, pero le bastó. Con un material tosco, la volea de Irujo salía de la mano sin gracia, mansa. Y Aimar podía pegar de nuevo con los dos pies bien asentados. Había desactivado el juego de aire de Irujo.
Con 15-13, Aimar envió debajo de la chapa un gancho a resto de saque que sonaba a tanto. Regaló otro zurdazo, pero ahí terminaron sus concesiones. El siguiente tanto se endureció hasta los 26 golpeos y colocó a Irujo en una situación límite. Sin respuestas de aire y desbordado en el resto de saque, a Irujo los tantos le fueron cayendo como mazazos: dos ganchos, un pelotazo y dos saques completaron la volteretas y dispararon a Olaizola II, que con 17-19 tenía medio encuentro en la mano.
el desenlace En el tanto siguiente Irujo pudo sacudirse el dominio y abrir un nuevo camino. Con todo el frontón a su favor, dispuesto a lanzar la dejada o a reventar el frontis de un pelotazo, la pelota se le cayó al suelo en un gesto de impotencia determinante. En el tanto siguiente, Aimar replicó con una fantástica bandeja al rincón y se colocó a un paso de la gloria. Pero Irujo se resistió hasta el último aliento y cruzó un gancho a media cancha. No le sirvió para nada. Era el momento de que apareciera el pelotari mandón, el que primero abre hueco y después acaba. En su lugar, volvió a enredarse y Aimar, con un pelotazo cruzado, cerró la final. Justo premio a tanta sensatez y sangre fría.